Un regalo de mi gran amor

porStephanie Perkins

10 minutos

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31 de diciembre de 2014, casi a medianoche

Hacía frío en el patio, debajo de la terraza. Estaba gélido. Oscuro.

Oscuro porque Mags estaba afuera, a medianoche, y oscuro porque estaba oculta en las sombras. Era el último lugar donde irían a buscarla —quienquiera que fuera—, sobre todo Noel. Se iba a perder toda la parte emocionante de la noche. Gracias a Dios.

A Mags se le debería haber ocurrido hace años.

Se apoyó contra un muro de la casa de Alicia y empezó a comerse la botana que había sacado de la fiesta. (La mamá de Alicia hacía la mejor botana de frutos secos.) Mags alcanzaba a escuchar la música que tocaban adentro, y un instante después ya no, lo cual era una buena señal. Quería decir que estaba por empezar la cuenta regresiva. 

Diez! —escuchó a alguien gritar.

—¡Nueve! —se unieron más personas.

—¡Ocho!

Mags se iba a perder toda la celebración. Perfecto.

31 de diciembre de 2011, casi a medianoche

-¿Eso tiene nueces? —preguntó el chico.

Mags detuvo la mano con la que sostenía una galleta salada untada generosamente con pesto y queso crema frente a su boca.

—Creo que tiene piñones… —dijo, haciendo bizcos para mirarla.

—¿Los piñones son nueces de árbol? —No tengo la menor idea —respondió Mags—. No creo que los piñones crezcan en los pinos, ¿o sí?

El chico encogió los hombros. Tenía el pelo castaño y despeinado y unos ojos azules muy abiertos. Llevaba puesta una playera de Pokémon.

—No soy muy experta que digamos en frutos secos —añadió Mags.

—Yo tampoco —admitió él—. Aunque se esperaría que sí lo fuera: si por accidente me llegara a comer uno, podría matarme. Si hubiera algo por ahí que pudiera matarte, ¿no tratarías de hacerte experta en eso?

—No sé… —Mags se metió la galleta salada en la boca y comenzó a masticarla—. No sé gran cosa sobre el cáncer ni sobre accidentes de coche.

—Sí… —dijo el chico, mirando con tristeza la mesa del bufet. Era muy delgado. Y pálido—. Lo que pasa es que los frutos secos tienen algo en mi contra, específicamente; es personal. Son más bien asesinos, no sólo un peligro potencial. 

—¡No inventes! —comentó Mags—, ¿pues qué les hiciste? El chico se rio.

—Comérmelos, supongo.

La música, que había estado sonando muy fuerte, se detuvo. —¡Ya casi es medianoche! —gritó alguien.

Los dos miraron alrededor. Alicia, amiga del salón de Mags, estaba parada en el sofá. Era la fiesta de Alicia, la primera fiesta de Año Nuevo a la que habían invitado a Mags, a sus quince años.

—¡Nueve! —gritó Alicia.

—¡Ocho! —había alrededor de doce personas en el sótano, y todas ellas estaban gritando.

—¡Siete! —

Soy Noel —dijo el chico, dándole la mano.

Mags se sacudió el pesto y el resto de las nueces que le quedaban en la mano y le estrechó la suya. —Mags.

—¡Cuatro!

—¡Tres!

—Mucho gusto, Mags.

—Igualmente, Noel. Te felicito por haber logrado esquivar las nueces un año más.

—Casi me engañan con ese pesto.

—Sí —asintió ella—. Estuvo cerca.



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