Entre los rotos

porAlaíde Ventura

10 minutos

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Es importante tener un cómplice. No es indispensable, pero parece buena idea contar con alguien que también provenga de aquel lugar. Ojos que conocieron la misma guerra, que perdieron la misma patria.
Salir adelante sin un compañero no es imposible. Únicamente es más difícil. La historia se tendrá que reconstruir desde cero. Aun así, en compañía, resultará inexacta. La primera guerra a veces es la casa. La primera patria perdida, la familia. Un esposo puede ser un buen cómplice. Un hijo también llega a serlo. Al perro le hace falta el don de la palabra. Pero el papel de cómplice primordial está reservado para el hermano, único testigo verdadero de la masacre. Mi hermano habrá tomado anotaciones distintas o puesto atención a detalles que yo he pasado por alto. Es fundamental no olvidar que caminamos juntos y que hoy nos aterrorizan idénticos monstruos.
Un hermano es la manifestación del yo espejeado e irrenunciable. Ésa es la razón por la cual no existe el perdón para el hermano que traiciona, y el abandono es una forma de traición.

Lo primero que me pregunto es quién nos habrá tomado esta foto, si en ella aparecemos los cuatro. En esa época no recibíamos visitas en casa. A papá no le gustaba.
Todavía vivíamos en la calle Floresta, lo sé porque el sofá es ese que mamá tiró a la basura cuando nos mudamos al multifamiliar. Traigo puesto el uniforme de la escuela y un suéter de rayas blancas que me tejió la abuela. Mi hermano Julián está vestido de beisbolista, lo que significa que aún no había entrado a la primaria. No se quitaba el uniforme de bateador ni por un segundo.
En aquella época él todavía hablaba. Era como cualquier otro niño, quizás un poco más tierno que la mayoría. Tenía la manía de repetir un mismo chiste hasta asegurarse de que todas las personas de la casa lo hubiéramos oído. También cantaba canciones del radio sin saber exactamente qué significaban.
Wiwilí ni ayer o somarí.
We all live in a yellow submarine.
Mi segunda duda es por qué mi hermano conservaría estas fotografías. Por qué atesoraría evidencias de aquellos años. Recuperar objetos de entre los escombros sólo tiene sentido si esos recuerdos son valiosos. Pero estas fotografías no son otra cosa que pequeños abismos personales, cicatrices mal sanadas.
Mamá mira a la cámara con timidez. Tiene la pierna cruzada y la espalda recta. Una diadema mantiene en orden su cabello todavía negro.


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