Mitos que nos impiden el cambio
Hasta que hagas consciente el inconsciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino.
Todos buscamos mejorar y cambiar lo que no nos hace sentir
especialmente orgullosos. Un gran problema es no saber hacia dónde dirigirnos,
otro es no saber cómo hacerlo y quizá el más grande sea sostener la creencia de
que cambiar no es posible.
El destino es tan poderoso y real como un fantasma. La
vida se construye, no es un conjunto de planos e instrucciones a seguir y nada
más. Así que vamos a desenmarañar un poco el pensamiento cuestionando algunos
mitos, creencias y distorsiones que nos complican el cambio. Esto es como
preparar la tierra para lo que vamos a sembrar.
Lo que dejamos de preguntarnos
Cuando aceptamos sin más lo que aprendimos dejamos de cuestionarlo.
Uno duda de lo que no está seguro ¿cierto? Pero qué pasaría si aquello de lo que
no dudamos no fuera del todo verdad, si el supuesto saber o aprendizaje no es
sino una transmisión distorsionada de creencias que empezaron y se fueron transformando
en un dogma que había que creer sólo porque lo hemos escuchado muchas veces, o
porque alguien a quien le otorgamos respeto o autoridad lo ha dicho. “Las certezas
empobrecen”, escuché alguna vez, y lo hacen cuando uno deja de preguntarse
acerca de su validez o veracidad. Nos empobrecen porque nos impiden buscar y
nos llevan a la resignación pasiva o a la apatía y el conformismo de aceptar
para no pensar.
Es como si nos pusieran una escenografía y nos dijeran “éste
es el mundo”. Como si nos entregaran un libro y aseguraran “aquí está tu
historia”, o como si nos dieran un guion para decirnos “ésta es la vida que te
tocó” y nosotros aceptemos todo eso sin el menor cuestionamiento. Suena
extraño, ¿no? Sin embargo, muchas veces hacemos justo eso. Dejamos de
preguntarnos y de buscar soluciones para cambiar lo modificable y aprender a vivir
con lo que no se puede cambiar. Vamos entonces a repasar juntos algunos mitos y
creencias comunes que nos impiden avanzar.
Pensemos en este ejercicio como una forma de dejar en la puerta
de entrada de este libro, en su primer capítulo, algunos de los prejuicios que
venimos arrastrando para así ver juntos en los capítulos subsecuentes menores
cargas de resistencia y mayor apertura y flexibilidad ante un escenario de
posibilidades que está en nuestras manos.
Que te gusta sufrir
Cambiamos nuestra conducta cuando el dolor
de no cambiar es más grande que el producido por el cambio.
Henry
Cloud
El mito de que a esta vida se viene a sufrir y que vivimos
en un valle de lágrimas no sé a quién se le ocurrió. Pero el problema no es
quién lo dijo, sino quién y para qué quiere creerlo. Yo siempre he pensado que
quien ve al sufrimiento como normal se le hace normal sufrir y entonces no hace
nada para salir de él. Y conste que cuando digo “sufrir” tampoco hay que imaginarse
necesariamente condiciones de esclavitud, tortura o enfermedad, sino
situaciones que incluso a veces empiezan como placenteras y acaban por
llevarnos muy lejos de los caminos que alguna vez pensamos seguir... La palabra
sufrir significa más o menos “sobrellevar o soportar algo calladamente”, así
que aquí me referiré más al sufrimiento o al dolor desde el terreno de la
mente, de la psicología y no tanto a sufrimientos físicos, que por supuesto
también tienen repercusión en la esfera psíquica. Entonces, cuando hablo de
sufrir me refiero a lo que nos duele pero que no decimos o no hacemos por
cambiar; a algo que soportamos como si no hubiera nada más que hacer.
Es verdad que para llegar adonde queremos, debemos cruzar a
veces por lugares o situaciones en las que no nos gusta estar y como ejemplo de
esto está tu vida de todos los días. Cuando sales de tu casa (Punto “A”) para
ir a la escuela, al trabajo o adonde vayas
(Punto “B”), cruzas calles, colonias, tránsito, personas,
clima y otros contratiempos que no deseas, pero en tanto no se invente una máquina
para teletransportarnos, es la manera de llegar a donde se quiere. Ese camino
puedes sufrirlo o no; eso dependerá de lo que pase, pero especialmente de lo
que te digas acerca de lo que pase y lo que en su momento hagas con eso.
Tampoco estoy diciendo que ahora debes disfrutar el tráfico o el calor del
transporte público y que basta con que te sientas con vida para que agradezcas
al señor sol los favores recibidos en una tarde de verano encerrado en el
metro. Hay días que no son tan buenos como otros, eso que ni qué, pero el hecho
de que sufrir en algún momento de la vida sea inevitable no significa que no se
pueda hacer nada con eso y con nosotros para apartarnos de esa condición.
Sufrir depende mucho de lo que tu mente está habituada a pensar
ante ciertas circunstancias. Si alguien muere es probable que te duela la
ausencia de esa persona. Pero si además tu mente empieza a producir
pensamientos de indefensión (estaré solo para siempre), de desamor (ya nadie va
a quererme), de injusticia (por qué te lo llevaste Señor) o de idealización (si
era tan bueno y no hacía mal a nadie), seguramente tu sufrimiento será mayor.
Además, como lo que queremos cambiar es el suceso (en este caso la muerte) en
vez de nuestra postura ante ella, pues llega a nosotros la cruel compañera del
sufrimiento, que es la indefensión. ¡Qué frustrante es querer cambiar algo que
duele y no poder! En todo caso, el sufrimiento podemos verlo como una señal de
alarma que se activa para hacernos salir del dolor; para buscar un cambio y crecimiento
en la vida fuera de ese dolor. El objetivo, como solía decir el Buda, es ser
felices y dejar de sufrir.
No es lo mismo el “sufrimiento” transitorio y de corta
duración (que no haya salsa verde para los tacos) al que se presenta como una
amenaza permanente e irreversible en nuestras vidas (la muerte de alguien),
pero aun así lo reitero: yo no pienso que esta vida es para sufrirla ni creo
que el sufrimiento purifica a nadie.
Si puedes compartir conmigo este pensamiento, entonces los
siguientes capítulos tendrán mucho sentido porque lo que deseo que tengas en
mente es que siempre se puede hacer algo con lo que nos pasa, que siempre “hay
de otra”, así sea empezar a pensar o a relacionarnos de diferente modo con
aquello que no podemos cambiar o es irreversible.
Cuando pensamos que sufrir es natural e inevitable,
empezamos a soportar renuncias y sacrificios. La madre abnegada que se
sacrifica por sus hijos y deja de estudiar, trabajar, incluso de cuidarse por
ser una “buena madre”. ¿Quién mira con malos ojos a una madre sacrificada? Y no
estoy diciendo que esa madre debe desentenderse de sus hijos y vivir la “vida
loca” (ya hablaremos de vivir en los extremos y del pensamiento blanco—negro).
No es lo mismo poner en espera algunos proyectos y
establecer prioridades que les confieren sentido, a renunciar definitivamente a
una vida completa en nombre del amor o de ser “correctos”.
No se trata de dejar de ser uno para diluirse en la
familia como si nos tragara. Una familia sana permite la individualidad de sus integrantes
sin pedir sacrificios ni fomentar que “cada quien jale por su lado y vea para
su santo”. Por supuesto no cierro los ojos a los que dicen que a otros
“les gusta sufrir” o “sufren porque quieren”. Yo no creo
que a nadie en su sano juicio le guste sufrir, más bien hay quién aprendió a
través del sufrimiento a obtener algo. Hay quien obtiene cariño, aceptación,
lástima y otros se conforman sólo con ser vistos. Son personas que temen mucho
dejar de sufrir porque piensan que si lo hacen, dejarán de ser tomados en
cuenta.
Siempre he pensado que estas personas pagan un precio muy alto
por algo que es gratis para todo el mundo. Hay otros, un poco más retorcidos,
que dicen sufrir para chantajear a otros a través de la culpa. Sienten que no
sufren cuando hacen como que sufren y por dentro se ríen pensando: “Éste piensa
que estoy sufriendo cuando en realidad soy muy listo al hacerle creer eso.”
La verdad es que tampoco se la pasan bien porque no pueden
ser ellos mismos y viven con sus máscaras sufrientes sin mostrar nunca su
verdadero rostro. Son como almas atormentadas y condenadas a una eterna máscara
de dolor, como las del teatro.
Son personajes que provocan culpa y remordimiento en otros
porque es la única manera de liberarse de eso mismo que dentro de sí deben
sentir y no pueden ver, pero lo sufren.
La idea entonces es buscar la salida del sufrimiento y no ponerse
“cómodo” en él. ¿Para qué aprender como faquir a acostarse en clavos cuando ya
se inventaron los colchones?
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